los secretos de una diosa (cap. 2)



Sentado sobre ese jardín, que cada día Perséfone decoraba para mí con todo su amor, admiraba una estatua que mandó a hacer hace más de 2 siglos que tanto se parecía a mi esposa querida.

¿Qué me faltaba en mi feliz matrimonio?

¿Que veía en esa juvenil princesa que en mi esposa ya no encontraba?,

¿En qué le había fallado a mi esposa? cómo para ahora mi interés ir dirigido a otra mujer.


Dirigí mi mirada a donde ella cosía un suéter y sonreí. Qué rayos veía en esa muchacha que Perséfone no tenía.

Ahí sentada con las rodillas flexionadas y con el vestido inmaculadamente limpio mi esposa cosía un suéter cómo tantos que tenía yo en mi armario y los cuales utilizaba ya sin emoción...

Acaso sería eso precisamente lo que ocurría...

Me sentía aburrido de esta vida monótona e intentaba encontrar algo diferente...

Me levanté del asiento y entre a la casa como si nada, de allí me dirigí a donde cada mañana la joven princesa se bañaba. Estando de espaldas no note la triste mirada que Perséfone me dedicára y el doloroso suspiro que abandonó sus labios, mientras amargas lágrimas recorrían sus mejillas angustiosamente.


Los meses pasaron lentos y tortuosos para mí. Hades cada día se encontraba mas alejado de mi persona, pero con esa sonrisa que un día me dedico solo a mí.

Cada día lo veía más interesado en otra mujer que en mí misma, sentía celos. ¿Por qué no aceptarlo?, si sentía celos de esa simple doncella que había despertado la pasión de mi gran amor.

- Me hizo llamar mi señora.

Levanté la vista de donde estaba encontrándome en la entrada con la mujer que en todo este tiempo había sido mi paño de lágrimas y mi apoyo para no cometer ninguna locura.

Sonreí tristemente, me lleve el documento a los labios y allí deposite un beso con todo mi amor, luego la deposite sobre la cama que hasta la noche anterior compartimos cómo marido y mujer.

Mire con tristeza esa casa que una vez fue mi hogar y ya no lo sería más. Sentí mi corazón romperse en mil pedazos, pero una sonrisa adornaba mi rostro en todo momento...

- ¿Nos vamos, mi lady?

- Si, nos vamos, y dejémoslo que sea feliz

Me detuve en el umbral del palacio, rememorando un suceso pasado...

Parada hay muchos siglos atrás todavía siendo una doncella inocente que no sabía lo que era la vida de matrimonio. Enamorada, irremediablemente enamorada, del señor del inframundo. Esa mañana llegué con toda la ilusión de formar un hogar y hoy me iba con el corazón deshecho y con un recuerdo creciendo en mi vientre.

Me voltee con una gran sonrisa y me monte en el carruaje al lado de mi doncella. El mismo comenzó su viaje a la superficie y en todo el viaje recordé sucesos del pasado...

De nuestra vida matrimonial juntos y cómo hoy todo eso quedaba atrás por el bien del hombre que yo amaba.

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Llegué a la casa radiante, pero algo en el ambiente era distinto... algo faltaba.

Entre a la cocina y no encontré la cena cómo debería ser. Entonces me aterre pensando que mi Perséfone se sentía mal así que me dirigí a nuestra alcoba, encontrando el armario abierto y nada de sus pertenencias se encontraban en su lugar...

- ¿Se fue?

Fue mi respuesta al ambiente encontrado. Mis ojos repasaron la alcoba. Su buró ahora vacío, sus zapatos tampoco estaban. El pequeño escritorio que le pertenecía se encontraba abandonado en una esquina. Allí en mi almohada había una carta...

Me acerqué a la cama y tomé el sobre procediendo a leer su contenido.

“Los secretos de una diosa” era el título, así que intrigado me dediqué a leer su contenido. Sentándome sobre la silla de su escritorio y recostando mis codos de la superficie para apoyarme mejor.


“Un día me sentí emocionada cuando el hombre que amaba me desposó. Y más feliz me sentí cuando me llevó a sus aposentos y me hizo suya.

Pero sé que el tiempo es vital y la monotonía desastrosa. Así que no te culpo por desear algo distinto, pero puesto que soy una diosa y que mi dolor ya es mayor que yo he decidido hacerme a un lado y dejarte el camino libre para que tengas una relación con ella sin que te coma la consciencia.

Te amé, te amo y te juro que siempre te amaré, pero no puedo ver cómo te vas consumiendo por un amor que no está relacionado conmigo y hacer como si nada pasara. No puedo seguir compartiendo la cama y haciendo el amor con un hombre que piensa en otra mujer cuando está conmigo.

Y no te culpo mi amor, sé que el amor es algo que no se controla y si no me amabas, solo debías decírmelo y yo lo hubiera entendido.

Por ello y viendo que tal vez jamás tu no darías el primer paso, decidí darlo yo. Cuando leas esta carta ya no estaré a tu lado y tendrás libre derecho para traer a tu nueva esposa a convivir contigo, mi señor y ser feliz con ella.

Dándote sus mejores deseos

Perséfone”


Las manos me temblaban, no sabía qué hacer. El amor y la pasión que sentía pudieron más que yo. Deje la carta olvidada y corrí cómo nunca lo había hecho hacía la amante que tenía en ese momento encontrándola en la cascada donde todas las tarde iba a bañarse.

Me interne en las aguas con una gran sonrisa, la abrace y la bese con pasión sorprendiéndole.

- Nos dejó el camino libre

Ella sonrió feliz y me besó de vuelta

- Te casarías conmigo
- CLARO QUE SI....

Y juntos esa noche planeamos emocionados la boda, los detalles, el vestido que ella se pondría, los votos y hasta decidimos el banquete a dar...

Deseando un futuro incierto que no sabíamos si nos favorecería en nada...

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